Santa Hildegarda de Bingen

por | Sep 17, 2021 | Uncategorized

El 17 de septiembre se celebra Santa Hildegarda (16 de septiembre de 1098-17 de septiembre de 1179). Y diréis ¿qué narices nos importa…? Pues mucho! Porque esta monja tuvo la ocurrencia de añadirle lúpulo a la cerveza y hacer de ella la bebida que es ahora. Le debemos mucho.

En tiempos de Hildegarda (siglo XII) era habitual el consumo de cerveza en lugar de agua, ya que al estar fermentada, el líquido no estaba contaminado y no se transmitían tantas enfermedades, algo que sí sucedía si se bebía agua insalubre de los ríos o arroyos.

La inclusión del lúpulo en las recetas de cerveza, en sustitución de las mezclas de hierbas aromáticas utilizada  hasta ese entonces, se debe, a las propiedades que describiera Hildegarda en uno de sus escritos: Physica sive Subtilitatu, y que evitaba la proliferación de microorganismos que agriaban la cerveza y de esta forma, conseguían conservarla, sobre todo en los meses más calurosos.

Hildegarda es una de tantas mujeres que han quedado escondidas en las bambalinas de la historia. Hoy aprovechamos su celebración para darle el protagonismo y la importancia que se merece.

Hildegarda fue delicada de salud física, pero vigorosa de espíritu. Profesó en la abadía benedictina de Disibodenberg. Fue nombrada abadesa en 1126. Se empleó a fondo por la renovación de la vida religiosa. Tras el aumento numérico de religiosas, debido a la gran consideración de su persona, en torno a 1150 fundó un monasterio en Bingen, y posteriormente otro en 1165, en la orilla opuesta del Rin. Fue abadesa de ambos.

Aun siendo mujer fue permitida a dar sermones en publico. Escribió numerosas obras, tanto teológicas como sobre el ser humano, la naturaleza, las enfermedades y su curación…, compuso 78 obras musicales, fue consejera de políticos y mandatarios eclesiásticos, y todo sin dejar sus obligaciones como abadesa de dos monasterios, su correspondencia con nobles, reyes y eclesiásticos y sus viajes para predicar por amplias zonas de Alemania ya con una edad muy avanzada.

Hildegarda fue muy venerada ya en vida y después de su muerte. Era tal la afluencia de peregrinos a su tumba, pidiéndole milagros y, tantos los prodigios que se realizaban por su intercesión, que el obispo de Maguncia, poco después de su muerte, se presentó en su tumba y le prohibió, invocando la santa obediencia, hacer más milagros. Juan Pablo II con ocasión del 800 aniversario de su muerte, en 1979, la definió como «Luz de su pueblo y de su tiempo».

De todo lo que hizo a lo largo de su vida, lo más desconcertante, y surrealista quizá sean sus consideraciones sobre el orgasmo femenino que bien le podrían valer el título de primera sexóloga de la historia. Fue la primera en atreverse a asegurar que el placer era cosa de dos y que la mujer también lo sentía. La primera descripción del orgasmo femenino fue la suya. Hildegard von Bingen hablaba de sexo sin miedo: de una forma tan clara como apasionada.

Hildegard contaba entre sus asesores al monje Volmar y a Richardis (Ricarda) von Stade, religiosa favorita de su grey con la que, según determinados especialistas, pudo haber sostenido una relación ¿lésbica platónica, semiplatónica, nada platónica? Existen no pocos indicios de lo anterior en su epistolario y hay suficiente bibliografía elaborada por expertos. Naturalmente, todo ello es debatible.

Richardis fue nombrada abadesa de una clausura en 1151, pero esta separación de Hildegard le produjo tal depresión que la condujo a la muerte en 1152, arrepentidísima de su decisión de separarse de Hildegard.

Sin caer en generalizaciones, el amor entre mujeres no era episodio insólito en comunidades religiosas mujeriles, especialmente en tiempos en los que se profesaba mayormente sin vocación, sobre todo por imperativo familiar o móviles económicos.

Hildegard recomendaba un abortivo fabricado por ella a base de leche y ramas de ojaranzo y carpe. Creó un idioma artificial que denominó Lingua Ignota, con alfabeto de 23 grafías.

La historia de su vida resulta tan curiosa, que en el año 2009 se llevó al cine con el nombre de “Visión. La historia de Hildegard Von Bingen” en una película de Margarethe von Trotta con Bárbara Sukowa en el papel de Santa Hildegarda.

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